Un priista mexiquense me dijo hace no mucho tiempo que en su estado la fauna política se divide en dos: la clase gobernante y la clase trabajadora. En esta última se encuentran líderes partidistas, operadores políticos y electorales, funcionarios de gobierno, experimentados técnicos, tecnócratas, burócratas y funcionarios públicos de todos
los niveles. Son aquellos que están pero nunca llegan, son parte pero no son, ni van a ser nunca, el Señor Gobernador. Son la tropa. Ganan elecciones, hacen la chamba, eventualmente consiguen su propia parcela de poder en su municipio, ganando su distrito o haciéndose indispensables en temas particulares. Pero hasta ahí.
La clase gobernante es otra cosa. Esa es un círculo cerrado, duro, exclusivo y excluyente. Uno no se incorpora a ésta, se pertenece a ella o no. Está formada desde hace años por algunas familias y sus redes económicas y empresariales, son dueños de buena parte del estado, pertenecen a su tierra tanto como las tierras de su estado les pertenecen a ellos. Tienen arraigo, conocen su estado y su estado los conoce, tienen pasado, historia, son referencia.
Y sí, la diferencia también es geográfica. Así como hasta en los peseros hay rutas, en la política también cuenta el código postal. La clase gobernante es mexiquense, no es metropolitana ni es del área conurbada. La clase gobernante es de Toluca y más allá.
Conforme se acercan los plazos fatales para definir al candidato del PRI a la gubernatura del Estado de México, que muy probablemente será el próximo Gobernador, crecen los rumores y las apuestas sobre quien será el elegido de Enrique Peña, quien tendrá que escoger entre la tradicional clase gobernante o romper la inercia y abrirle la puerta a la clase trabajadora. Hay de dos sopas que tienen nombre y apellido: Alfredo o Eruviel.
A Del Mazo todo el mundo lo conoce, así se llama la escuela, el hospital, la avenida principal, la biblioteca municipal y el puro nombre ya fue gobernador dos veces con resultados bien evaluados. Tiene pasado, reconocimiento y presencia en toda la entidad. Eruviel Ávila lo que tiene son votos, reputación de triunfador en elecciones, capacidad operativa y arrastre popular en el área conurbada, esa que el Distrito Federal ha hecho suya y de sus gobiernos desde hace varios años, pero que hombres como Eruviel lograron recuperar para los que gobiernan desde Toluca. Ambos tienen defectos y debilidades.
Alfredo puede parecer demasiado joven e inexperto, tendrá que resistir los embates de la oposición que hará de su condición de clase gobernante el blanco de sus críticas, sacará todo lo malo de su pasado, su vínculo familiar y lo convertirá en la viva representación de la oligarquía que pretende eternizarse en el poder y que hay que sacar a como dé lugar para permitir que el Estado de México experimente los beneficios de la alternancia. Eruviel carece de reconocimiento tanto en el estado como en el país, no parece tener el respaldo de los factores de poder económico y no necesariamente genera la confianza de los inversionistas simplemente porque no lo conocen, es una figura local, regional en el mejor de los casos, pero no es un mexiquense de cepa.
Por supuesto que PAN y PRD se frotan las manos por ver a Eruviel salir del PRI, hacerlo su candidato y tener una oportunidad de ganar. Eso lo coloca en una posición de fortaleza para negociar pero también implica una trampa en la que sería muy riesgoso caer. El Estado de México no es Sinaloa, Durango o Zacatecas y Peña Nieto es en este momento el hombre con las mayores probabilidades de convertirse en Presidente de México ¿quién en su sano juicio quisiera comprarse un pleito con él, cuando se puede mantener una carrera política decorosa, exitosa y relevante? Claro que para lograrlo se necesita tener una clara conciencia de clase y vivir tranquilo con ella.
Pronto veremos si eso pasa o si, en los inicios del siglo XXI, se inaugura una nueva etapa en la fascinante política mexiquense y desde ese gobierno se demuestra que en este país aún es posible la movilidad social.
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